domingo, 8 de abril de 2012

Mis lecciones de mecanografía II

En la segunda parte me centraré en cómo me desenvolvía en las clases. Como ya te anticipé, doy un poco de cal y un poco de arena. La eterna contradicción.

No recuerdo exactamente qué edad tendría, supongo que no más de once o doce años. Puede que menos. Lo que sí recuerdo es que me costó un mundo empezar dado mi carácter retraido y a mi timidez, que a esa edad se podía calificar de enfermiza. No recuerdo relacionarme con nadie de la clase ni hacer ningún amigo o amiga durante las mismas. El único recuerdo que tengo de alguien, aparte del cura, era de una chica pecosa (no sé si rubia o pelirroja, no lo recuerdo bien) que era una auténtica bala escribiendo y que hacía un ruido enorme con su máquina de escribir. Yo me quedada embobado mirándola (te podrás imaginar la imagen...) mientras pensaba... "¡Qué barbaridad! ¿A esa velocidad tendré que llegar yo? Voy a estar aquí varios años..." 

Mi madre me acompañó en la ida de la primera clase para que me quedara bien con el camino. Así que la vuelta y el resto de días hacía el camino solo, lo cual me daba tiempo para ir agobiándome por el camino. Iba a un lugar en el que había muchas personas desconocidas, la mayoría demostraban cierta habilidad mecanografiando, y encima el cura cada vez que le preguntaba algo me contestaba en voz alta y lo peor... le ¡comentaba mi pregunta al de al lado! Cuando hacía eso me quería morir...

La referencia al camino de mi casa a la clase de mecanografía no es gratuita. Ya lo verás más adelante.

Ahora lo recuerdo con una sonrisa y dándome cuenta de que lo que hoy parece una tontería, con esa edad era todo un mundo. Gracias a Dios, mi carácter competitivo (ahora menos acusado) me ayudó bastante. En cuanto empecé a hacer progresos poniéndome a la altura o sobrepasando a otros que habían entrado en las mismas fechas que yo, me vine arriba logrando que desaparecieran casi todos mis temores. No tanto como para hacer amigos pero sí para hacer buenos progresos y conseguir el primer diploma sin apenas dificultades.

La cosa empezó a pintar mejor cuando mi primo Juan Miguel se incorporó a las clases. Aunque en la actualidad casi no nos vemos, de pequeños éramos como hermanos. Vivíamos a tres bloques de distancia y me quedaba a dormir en su casa cuando mi madre iba a ayudar a mi padre en el bar. Encima la gente que no conocía a la familia pensaba que realmente éramos hermanos porque me parecía mucho a mi tía y a mi primo en esa época. Mi primo, a pesar de ser dos años más pequeño era mucho más espabilado y social que yo. Así que la cosa pintaba muy bien. Tenía el tema controlado y ahora me lo iba a pasar mucho mejor. Y aquí precisamente es donde dí la de arena.

Ahora viene a cuento lo del camino de mi casa a la mecanografía.

El camino eran unos diez minutos andando. Había que ir desde el Polígono San Telmo número 18, 5º A a la calle Cañameros.

O sea, desde aquí:


(la ventana de mi cuarto es la que está rodeada con un círculo)

Hasta aquí:


¡La puerta de la parroquia sigue exactamente igual que entonces!

En un plano general, mi casa sería el punto 1 y la parroquia donde se impartía la mecanografía sería el punto 2:


El camino que yo seguía habitualmente y que después hacíamos mi primo y yo era el siguiente:


Aunque en el plano no se puede apreciar me gustaría aclararte que el camino, excepto el tramo de la calle Leones, era en continua cuesta arriba y muy empinada en algunos puntos. Eso hacía que la ida fuera un poco más dura, pero la vuelta la hacíamos casi corriendo cuando no entera corriendo sin parar.

Pero hete aquí que un día mi primo me propuso hacer un trayecto alternativo que verás dibujado en azul en la siguiente imagen:


Como puedes ver es un camino más largo. ¿Qué razón había para ir por ahí? Como sagaz observadora que eres, habrás notado la existencia de un punto número 3. ¿Qué había en ese punto? Un bar. ¿Y qué había en ese bar? Un máquina de video juegos con el Asteroids de Atari. Mi primo tenía una hucha con dinerito ahorrado y había decidido que podíamos invertirlo en jugar unas partiditas. Cada partida valía un duro, así que podríamos jugar muchas sin que la hucha mermara. Como podrás ver en el enlace al juego, fue uno de los que más éxito ha tenido en la historia así que eso sirve como atenuante... era difícil resistirse a la tentación.

Claro que a esas edades el sentido de la mesura está muy poco desarrollado y menos para actividades lúdicas. Además mi primo siempre ha sido muy glotón y pronto empezó a comprar Phoskitos en el bar como comida extra en la merienda. Ya te imaginarás que al cabo de pocas semanas, además de convertirnos en expertos jugadores de Asteroids, nos habíamos cargado los ahorros de mi primo. Además, las visitas al bar mermaron mi progreso a la hora de obtener el segundo diploma. En la parroquia no había un control estricto de asistencia y el cura entendía que cada uno podía asistir a la hora y los días que mejor le convenía siempre y cuando no afectara en demasía a la hora de obtener el siguiente diploma. Sólo se advertía a las madres en caso de ausencia prolongada dado que las máquinas de escribir se quedaban allí guardadas. El caso es que con aparecer una o dos veces por semana la cosa no cantaba, aunque es verdad que podía haberme sacado el segundo diploma mucho más rápido.

Poco después mi tía pilló a mi primo porque sabía lo pájaro que era y no se fiaba de él un pelo (todavía sigue sin fiarse y eso que ya tiene 37 años y dos hijos... pero motivos no le faltan, la verdad). A mi me calló la peor bronca por ser el mayor y no sólo no haber puesto freno al desatino, sino por haber participado en él activamente (¡aunque nunca me comí un Phoskito, eso sólo lo hacía mi primo!)

Al final la sangre no llegó al río. Reanudamos nuestra rutina de clase y conseguí mi segundo diploma un poco más tarde de lo normal pero con total éxito de crítica y público. Si te soy sincero, no tengo ni idea de si mi primo consiguió algún diploma. Escribiendo este post me ha entrado la duda. Como también escribiendo este post he caido en la cuenta de que debo tener por casa de mis padres unos diplomas de mecanografía que, seguramente, no sé qué aspecto tienen, y, probablemente, nunca haya visto. ¿A que no te extraña?

Y para terminar. De conservarse los diplomas en casa de mis padres, deben conservarse dos. "¿No eran tres?" te preguntarás. Sí, eran tres, pero aunque saqué los tres yo sólo recogí dos. ¿Qué pasó con el tercero? Eso, loquita mía, tiene su historia y te la contaré en la próxima entrega de Mis lecciones de mecanografía.

Mis lecciones de mecanografía I

¡Buenos días loquita! Hoy me gustaría contarte la historia de cómo aprendí mecanografía. No es que sea una historia extraordinaria, pero tiene un poco de todo.

Para empezar, tengo que contarte cómo era mi máquina de escribir. Era una Olivetti Studio 46 de color azul chulísima. Aquí tienes una foto. La mía era exactamente igual:


Era una máquina cara, muy cara, pero nosotros la conseguimos gratis por los puntos de Domecq. Los puntos de Domecq no era más que una campaña de las Bodegas Domecq para recuperar los tapones de las botellas de vino fino La Ina. Cada tapón que guardabas valía un punto y había un catálogo de regalos que se canjeaban por un determinado número de puntos/tapones. Con decirte que mi bici, mi monopatín, la máquina de escribir y la Rosaura de mi hermana (la muñeca gigante que había antiguamente y que tenía unas coletas que se podían recoger, creo) los conseguimos por los puntos esos. Eso es lo que recuerdo, seguro que alguna cosa más había. Fíjate la cantidad de vino que vendía mi padre en aquella época en la tasca que tenía en pleno barrio de Santiago, el barrio gitano, cuna de casi todos los cantaores flamencos de Jerez. En Jerez se utiliza mucho la palabra "flamenco" en lugar de "gitano" y los gitanos en Jerez no suelen llamarnos "payos" sino "gachós". Estábamos hablando de finales de los 70, principios de los 80. En esa época todo varón Jerezano con más de 30 años consumía vino de Jerez diariamente (y más aún si era flamenco :-)) y el sherry se vendía masivamente por todo el mundo. Era el final de la época dorada de las Bodegas y se prolongó hasta casi finales de los 80, momento en el que el negocio del vino fue viniendo a menos.

La máquina la teníamos desde que era muy pequeño y se llevó varios años guardada hasta que mi madre decidió que ya tenía edad para aprender mecanografía. Se estuvo informando y le dijeron que en la Parroquia de Madre de Dios un cura daba clases de mecanografía siguiendo un método en el que te certificabas obteniendo tres diplomas. El primer diploma era nivel básico, el segundo nivel medio y el tercero nivel alto. Para obtener el segundo era imprescindible sacarse el primero y para acceder al tercero había que estar en posesión del segundo.

Con el primer diploma aprendías a adoptar la posición correcta, la colocación de las manos, memorizabas la situación de todas las letras, números y signos de puntuación, aprendías a escribir sin mirar al teclado, a hacer el salto de línea con el carro (mi máquina era metálica completamente y me encantaba el ruido cuando hacía el salto de línea justo después de que sonara la campanita que te avisaba de que estabas llegando al final de la línea)

Con el segundo diploma aprendías aspectos de presentación. Cómo hacer justificación centrada, a la derecha, ¡incluso completa! No los recuerdo pero había truquillos para hacer justificación completa con la máquina, poner más espacios de la cuenta y cosas de esas. Aprendías a hacer documentos tales como instancias, algunos certificados, cómo escribir cartas. Cómo trabajar con los márgenes, tabulaciones, espacio interlineal. Era divertido, con el segundo diploma me lo pasé muy bien.

El tercero era el peor. La cosa se ponía seria: velocidad. El objetivo último era conseguir 500 pulsaciones por minuto durante cinco minutos haciendo menos de cinco faltas. Una auténtica barbaridad. No sé si estás o estabas muy acostumbrada a las máquinas de escribir, pero el ruido que se hacía escribiendo a 500 pulsaciones era ensordecedor y como ibas a toda mecha el salto del carro lo hacías muy fuerte y a veces desplazabas la máquina.

Espero haber dejado el terreno abonado para cuando te cuente la segunda parte, en la que entro en detalles de cómo me fue, cómo era el cura y de cómo me desenvolvía en las clases. Será en Mis lecciones de mecanografía II.

Transcripción de un correo enviado por Yisas a Mar el 9 de febrero de 2012 a las 23:45 como parte de su casi perdida pero no olvidada costumbre diaria de dedicarle un buenosdiasloquita